
Mi contacto con la terapia psicológica fue primero como paciente. Recuerdo que estuve dos años dándole vueltas a la idea de pedir cita porque, aunque entonces pensaba que no sabía si de verdad lo necesitaba, en el fondo lo pasaba es que me daba miedo. Luego resultó ser un proceso muy necesario y transformador para mí, pero no lo sabía antes de empezar.
Mi experiencia no es extraordinaria, plantearse ir a terapia a menudo da vértigo porque no sabes cómo va a ser el proceso ni qué resultados va a tener. En la posición de psicóloga pasa algo parecido: cuando trabajo con alguien no puedo anticipar cómo va a ser el camino que vamos a ir recorriendo, pero sostener esa incertidumbre mientras acompaño a la persona es una de las claves para hacer un buen trabajo terapéutico.
La terapia es un espacio al que puedes venir a trabajar muchas cosas, desde atascos puntuales que requieren de unas pocas sesiones hasta niveles muy profundos de sufrimiento que implican revisitar (y a veces reconstruir) toda una historia de vida. Y en medio, un abanico muy amplio de posibilidades. En todas ellas se suele tener que transitar algún momento difícil. Quizás para ti lo más costoso es dar el paso y pedir cita. O quizás puede serlo emocionarte (llorar, enfadarte o reírte) delante de mí. También podría ser salirte del guion de lo que creías que venías a contar. O puede que te resulte difícil confiar en que la vida puede ir bien, que te pueden pasar cosas buenas.
Para recorrer este camino y que podamos trabajar lo que para ti es de verdad importante considero que la seguridad del vínculo terapéutico es fundamental. Una buena parte de mi trabajo es sentar las bases para establecer un vínculo lo suficientemente seguro contigo. Uno al que quieras volver, a pesar de los momentos difíciles, porque te compensa, porque encuentras algo en él.
De esto habla Ana Távora (psiquiatra y psicoterapeuta feminista) en su ponencia «Nuevas miradas terapéuticas para tiempos mejores» que te transcribo:
«Lo que pretendemos es ver cómo somos capaces de crear vínculos seguros con la gente que nos pide ayuda, de lo que sea, nos va a dar un poco igual. Gente que viene que necesita que se le eche una mano, que viene en una situación de vulnerabilidad porque le están pasando cosas en su vida, en el sentido más amplio del término, y no saben cómo poder manejar, elaborar, procesar… las cosas que le están pasando. Vienen porque tienen un alto nivel de sufrimiento, y ese sufrimiento le va a estar produciendo determinados malestares, y vienen a pedirte a ti ayuda, y lo que se trata es de que no le compliques las cosas, y si se las complicas, que sea para algo concreto».
La última frase se me quedó grabada. No complicarle la vida a la gente. Te prometo que sigo este principio. Y que si en algún momento te la complico, siempre será desde el mayor de los cuidados y para avanzar en el camino que estamos recorriendo.
Quiero que sepas que a cada sesión voy con todo: la persona que soy, mis experiencias y aprendizajes vitales, mi formación, mi trabajo de revisión personal y profesional, y el deseo de que estés mejor. Acompañar a personas a recorrer parte de su camino es una cosa que me tomo muy en serio. Me comprometo a poner la parte que me toca para construir un refugio en el que puedas poner palabras a tus malestares, conflictos y deseos, y en el que exploremos qué tienen que ver contigo, tu mirada, tu contexto y tu historia, y por supuesto, qué recursos tienes o puedes encontrar para estar mejor.